Claudia volvió por primera vez a España en septiembre y regresó con el pelo más corto, por debajo de la oreja, y de color marrón tirando a caoba, aunque ella no lo admita. Así es como la conocieron la mayoría de la gente. Más tarde se cambió el color a negro-oscuro-casi-noche y para luchar contra la palidez, la que todos teníamos al cabo de unos meses, visitó algunas veces el sol artificial presumiendo después, en múltiples ocasiones, del color de su piel.
Tiene algunos rasgos que la hacen muy española: ojos bien marrones y pestañas cortas y rizadas escondidas detrás de unas gafas; cuerpo de mujer mediterránea; volumen de voz considerable, y salero inacabable. Viste estilosamente, de gusto controvertido según algunas mentes aburridas de la vieja Castilla, y siempre siguiendo las pautas poperas y sesenteras. Le encanta la ropa y los complementos, es de gusto caro reprimido, y no puede resistir los lunares o las rayas. Le cuesta decidir el vestuario de cada fiesta pero siempre consigue estar original, única, preciosa.
Amante de la fiesta, vivió de noche en el oscuro invierno finlandés y de día en primavera, cuando las horas de luz se hacen interminables. Arrasó en bares i clubes, pidiendo música o cervezas. Conoció borrachos fineses y habló con ellos, a algunos tuvo que quitárselos de encima y a otros los pasmamos entre las dos. Fue reina de Ruma, donde pasamos tantas horas nocturnas inolvidables, donde vimos tantos guapos y tantos raros. También fue los miércoles de Bebop, donde las cervezas eran tan baratas y las resacas tan caras y largas, donde pasaron enfados, abrazos, celos, amores y rumores.
Claudia es liante en la calle, en autobuses, en restaurantes o supermercados. Está atenta a las historias de los otros pero poco habladora de las suyas. Claudia no sabe usar el hulla-hop. Cuando pienso en Claudia pienso en la amiga, la vecina, la asturiana, la compañera de comidas, fiestas, borracheras, humos prohibidos y resacas. Pienso en películas de sesión golfa, en pajarracos estridentes, en palomitas, en chocolate, en palomitas con chocolate, en caídas, en tonterías, en carcajadas, en Rússia y en Laponia. Pienso en quien me llevó por el mal camino, en mi mejor influencia, en quien me cuidó cuando enferma, en quien me obligaba a ir a Bebop, en quien hizo de Finlandia una fiesta, una aventura y un gran tiempo a recordar.